Querido Richard
Esta carta te la debía desde los lejanos tiempos en que me instalé en Tenerife y estas eran de papel, o tal vez es mi nostalgia la que me invita a pensarlo; después de todo partí de Lima antes de que existiera el correo electrónico, el móvil y Skype, asunto que me hace sentir más bien contemporáneo de Isaac Peral. En cualquier caso, me fui antes de que ni siquiera vislumbrásemos que nuestra comunicación resultaría tan fácil que habríamos de terminar por prescindir de ella. Nos hemos convertido, parafraseando a Borges, en una de esas amistades inglesas que empiezan por excluir la confidencia y terminan por omitir el diálogo. Solo por escrito, porque cada vez que regreso a Lima estás disponible –whisky mediante– para cotejar nuestras frustraciones, inventariar buenos momentos, contarnos cómo nos va, pero principalmente para reírnos de lo mucho que nos ha pasado en este tiempo, toda el agua que ha corrido por los cauces del Rímac y el Manzanares, más de un cuarto de siglo y ahí vamos. ...