"El señor Brecht" de Gonçalo Tavares

A decir del propio autor (angoleño de nacimiento) este libro debe leerse en profundo estado de tristeza pues de lo contrario puede producir una sobredosis de felicidad.

No me he resistido a mandarles tres de los cuento. El primero se llama "El Naufragio" y habla de lo que se hace uno a si mismo cuando se encuentra atrapado en relaciones sentimentales basadas en la costumbre, más que en el amor (el hipopótamo en nuestro amor propio y el bote nuestra relación).

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EL NAUFRAGIO
Sólo el hipopótamo y su amo escaparon al naufragio, saltando al interior de un pequeño bote.
El hipopótamo era el medio de subsistencia del hombre, por eso, cuando el pequeño bote comenzó a escorarse hacia el lado en el que estaba el animal, el hombre se preocupó porque pudieran ahogarse. Para evitar que la pequeña embarcación se desequilibrara del todo, el hombre cortó un trozo del hipopótamo y se lo comió, lo que también resultó oportuno porque empezaba a tener hambre. El pequeño trozo quitado al hipopótamo sirvió para que el bote recuperara el equilibrio entre los dos lados, como una balanza. Pero por poco tiempo. El bote no tardo en volver a escorarse por el lado del hipopótamo. Pese al trozo que le había quitado seguía pesando más que él. El hombre decidió entonces comerse otro poco del hipopótamo. Tras hacerlo, comprobó el estado de la embarcación y vio que aún no era suficiente; le quitó otro buen trozo al animal y se lo comió. El bote recuperó el equilibrio.
La travesía duró todavía algunas semanas, en las que el hombre se vio obligado a cortar un trozo del animal cada seis horas.
Quizá no fuera la solución perfecta, pero no podía arriesgarse a perder al hipopótamo.

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EL GATITO.
Había un gatito que todos los días, al caer la tarde, se acercaba al dueño y le lamía los zapatos con su minúscula lengua.
Venciendo cierta timidez y cierta precaución higiénica, el hombre decidió un día descalzarse para comprobar si el gato le lamía los pies como hacía con los zapatos.
Fue entonces cuando el tigre, que llevaba años disfrazado de gato, decidió que había llegado su momento y, en lugar de lamer, comió.

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LA PREGUNTA
El día que el presidente logró convencer a la población de que había que defender la patria a toda costa, empezando por invadir el país vecino, ese mismo día, en medio de la asamblea que había reunido a los hombres más eminentes, y una vez tomada la decisión, aquel al que todos consideraban el hombre más imbécil de la ciudad, que nunca había ido a la escuela, que era analfabeto y que jamás había pronunciado ni una sola frase sensata, levantó la mano pidiendo permiso para hacer una pregunta.
Un murmullo recorrió entonces la asamblea, y a nadie pasó desapercibido el gesto aterrado del presidente.
Por supuesto, nadie permitió que, en un momento tan importante, erl imbécil hiciera una pregunta.

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