Consejos de un Ingeniero industrial de la UNI - Felipe Ortiz de Zevallos
Felipe Ortiz de Zevallos, ex rector de laUniversidad del Pacifico y actual Embajador de Perú en Estados Unidos
"Ya con dos años en el cargo de rector de la Universidad del Pacífico –durante los cuales he tenido la oportunidad frecuente de interactuarcon muchos de ustedes, de conocer sobre sus dudas, sueños, inquietudes y esperanzas; incluso de enseñarles a algunos en clase– voy aatreverme, en esta ocasión, a hacer un discurso menos institucional y ceremonioso, más íntimo y personal, menos de rector y más de maestro yamigo mayor.
¿Qué consejos podría yo darles antes de que, al bajar esta escalera,se conviertan ustedes, ya sin mayor escudo protector, en adultos plenos? ¿Qué recomendaciones puede ofrecer finalmente un tío de otrageneración, que más que los duplica en edad, a ustedes jóvenes que inician su vida profesional en el complejo Perú del año 2006, paísnuestro que, a quince años de su bicentenario como república, sigue afectado severamente por los males que Basadre diagnosticó hace más demedio siglo: el abismo social y un estado empírico? He querido resumir mis reflexiones dispersas en siete consejoscentrales. Quiero reiterar que estas recomendaciones son mías, de FOZ, no necesariamente del rector de la Universidad del Pacífico. Nopretendo cargarle a nuestra institución la responsabilidad de que a alguno de los presentes le pueda parecer un disparate lo que voy adecir a continuación.
Aunque no hay un orden de prelación en los consejos que les voy a dar,quiero empezar con uno que puede sorprenderles un poco: Deténganse, de vez en cuando, a oler las flores. Por más de un lustro, ustedes se han sacrificado estudiando con mucho esfuerzo para egresar de carreras quebuscan lograr una asignación más racional y eficaz y una gestión máseficiente de recursos escasos, con el fin de satisfacer necesidades ygenerar rentabilidad empresarial y bienestar social. Ello se logra através de números y cuadros, de mejores productos y servicios, quesean más baratos, más rápidos y más seguros. Las herramientas profesionales que les hemos enseñado pueden servir bien para eso. Pero hay otras cualidades más difíciles de medir: la belleza, la alegría,el significado y la motivación vital. Para mantenerse sensibles aellas hay que, de vez en cuando, detenerse para oler las flores, o para ver, en silencio, una puesta de sol.
El segundo consejo me salió fácil: Vean menos televisión y lean máslibros. El profesional promedio entre ustedes va a ver, en lo que lequeda de vida, cerca de 40,000 horas de televisión. Si le pidiéramos al profesor Carlos Gatti –aquí presente– una lista de los 40 mejores libros de la literatura universal, excluyendo incluso aquellos de cultura erudita, para concentrarla en aquellos que nos puedan servirutilitariamente para entender mejor la complejidad de la naturaleza humana –a esas mujeres y hombres con los que ustedes van a interactuar en la vida, en la economía y en los negocios– (y de yapa le pidiéramoscuáles considera que son las 20 mejores obras de la música clásica),apostaría a que los más ilustrados entre ustedes pueden haber leído uoído apenas una cuarta parte. Pues bien, con dedicarle a esas lecturasy audiciones, un 5 por ciento del tiempo que probablemente dedicarán aver televisión, se convertirán, no me cabe duda de ello, enprofesionales más eficaces, así como en mejores personas.
Ustedes pertenecen a una generación de aparatos y conexiones:celulares, computadoras, laptops, iPods, Internet, Google, blogs. Con todas estas herramientas, ustedes pueden acceder y bajar de la red abundante información y conocimientos sobre muchas disciplinas. Perolas cualidades que van a requerir, por ejemplo, para ayudarefectivamente a un amigo en un momento difícil, o para escribir una canción o un poema, o para imaginar un descubrimiento o innovación en los proyectos en los que se vayan a comprometer, todavía hay queganarlas a pulso. De la Internet, no se puede "bajar" ni "descargar" inteligencia, ni pasión, ni creatividad, ni sabiduría. Tampoco puede uno inyectárselas como si fueran una droga milagrosa. Esas cualidadeshay que cultivarlas a la antigua: leyendo, conversando en un parque,estudiando, viajando, visitando museos, reflexionando.Mi tercer consejo es: "No acepten aquellos signos de estatus cuyo valor no reconozcan." Lo he fraseado así, influenciado por un libroreciente de Alain de Botton titulado: Ansiedad por el estatus, que describe bien cuán cambiantes han sido, en el tiempo, los modelosparadigmáticos del prestigio en las sociedades: En la Esparta del siglo IV a. C. había que ser un hombre, agresivo y luchador, con un voraz apetito sexual –bisexual en realidad– poco interés en la vida familiar y aversión a los negocios y al lujo. El guerrero espartano nosabía ni contar, vivía en una barraca, nunca usaba dinero, niexpresaba cariño a mujeres ni hijos. Posteriormente, en la Europaposterior a la caída del Imperio Romano, fueron los santos cristianos –castos y pacíficos– los modelos principales a emular. Luego, en la primera mitad del segundo milenio, a partir de las cruzadas, loscaballeros con armadura, enamorados fieles de lejanas doncellasvírgenes, se convirtieron en los seres más admirados. Con la acumulación de riqueza –en la Inglaterra de 1750, por ejemplo– saber bailar y el donaire con el cual se saludaba con el sombrero sevolvieron más importantes que pelear batallas para ser respetado. Elcaballero de armadura se transformó en gentilhombre, en terrateniente aristócrata, en gentleman, quien debía sí distinguirse de la casta inferior de empresarios y mercaderes. En nuestra América, en la tribude los cubeos en la Amazonía, hasta hace poco, las mujeres cultivabanyuca y los hombres se dividían entre pescadores y cazadores. El estatus máximo lo alcanzaban aquellos hombres que hablaban poco, que no bailaban ni participaban en la crianza de los hijos, pero que eranespecialmente diestros en la caza del jaguar. Al cuello llevaban, enmúltiples collares, los dientes de todos los jaguares cazados porellos durante sus vidas. En Hawai, en aquellas tribus que no aprendieron a conservar, la gordura era una expresión de estatusporque las familias terminaban comiéndose todo lo que cosechaban. Y si trajéramos en el túnel del tiempo al mejor de losguerreros espartanos, a un santo medieval, a un caballero de lanza, a un lord inglés, a un jefe hawaiano de 180 kilos, y a otro amazónicocargado de collares de dientes de jaguar, difícilmente apreciaría cada cual las virtudes y los valores de los demás.
En el mundo globalizado de hoy –afirma de Botton– el mayor estatus lo logran tanto hombres como mujeres, de cualquier raza, que hayanlogrado reunir dinero, poder y renombre a través de su propia actividad (no tanto mediante herencia) en una de las múltiplesmanifestaciones del mundo comercial (incluyendo también el deporte, el arte y la investigación científica). Se valora mucho la creatividad,la energía, el sentido de oportunidad. Pero hay otros valores tan o más importantes –como la bondad, la integridad y la lealtad, porejemplo– que han perdido alguna relevancia para el prestigio social. Por ello, deben ser conscientes de que cualquier paradigma, cualquiermoda, no sólo resulta simplista sino que también puede resultar injusta, y que muta en el tiempo. Por ello, no deben aceptar criteriosajenos de valoración que ustedes mismos no reconozcan como válidos. Alejandro el Magno, el hombre con más poder de su época, quiso conocera Diógenes, el filósofo, cuando estuvo de paso por Corinto; no sécuantos de ustedes conozcan la anécdota. Según Platón, Diógenes era"un Sócrates que se había vuelto medio loco". Lo encontró debajo de un árbol, en harapos, sin una moneda. Le preguntó que podía hacer paraayudarlo. Y, al hombre más poderoso de la Tierra, Diógenes lerespondió: "Arrímese, que me tapa al sol." Los oficiales sehorrorizaron de la eventual insolencia, pero Alejandro sonrió y comentó que de no ser él quien era, le habría gustado ser Diógenes.Éste, en otra ocasión, salió por Atenas con una lámpara buscando unhombre. Pero si la ciudad está llena de ellos, le dijeron. No –lesrespondió– yo busco uno que viva por sí mismo. Vivir por uno mismo resulta una mejor manera de afirmar que no hay que darle relevancia alas modas del prestigio. En sus Meditaciones, el emperador MarcoAurelio afirmaba: "Tu decoro no depende del testimonio ajeno.¿Acaso mejora lo que es alabado? ¿Acaso empeora una esmeralda si no es elogiada? ¿Y qué decir del oro, del marfil, de una flor o de una pequeña planta?"
Mi cuarto consejo es: Recuerden que siempre habrá una verdad mejor ala que tengan. Los sabelotodos que van por el mundo presumiendo de todas las respuestas que supuestamente conocen, muchas veces nisiquiera se han dado el trabajo de cerciorarse si se han hecho lassuficientes preguntas. Una reflexión muy inteligente define lalibertad como no estar nunca muy seguro de estar en lo cierto. La verdad nos hará libres, eso no lo discuto. Pero a ella sólo se llegacon humildad y buena onda, no a través de la acumulación de doctrinaso estadísticas copiosas, sino con el coraje para confiar en nuestrapropia capacidad de observación, de comprensión y de raciocinio. Un quinto consejo es: Aprendan de sus fracasos. La mejor pregunta quepuede hacer un empleador en una entrevista a quien está buscandotrabajo es: "¿Cuáles han sido los principales fracasos de su vida yque aprendió de ellos?", porque muy rara vez la carencia de fracasoses una señal de excelencia. Suele ser, más bien, una expresión deexcesivo temor, de poca ambición, de intolerancia al riesgo. Elcarácter que ustedes finalmente logren moldear en sus vidas no va a manifestarse tanto en función de cómo reaccionen ante sus éxitos, delos cuales van a tener varios, sino de cómo actúen ante sus fracasos,que tampoco van a faltar, y cuánto sepan realmente aprender de ellos."Fracasos I" no es, lamentablemente, un curso que dictemos en laPacífico. Pero es fundamental aprenderlo en la universidad de la vida,porque en tales momentos hay que saber mantener la confianza en unomismo, así como el compromiso con la verdad, con el aprendizajecontinuo, con la excelencia. Y excelencia, porcierto, no significa lo mismo que éxito.Cuando recuerdo mi promoción universitaria, y me pregunto: ¿quiénes destacaron más en la vida?, constato que no ha sido tanto lainteligencia lo que ha importado más –siendo la inteligencia unacualidad que la universidad resalta–, sino la voluntad, la serenidad, la persistencia, el esfuerzo sostenido, el no bajar la guardia, el no rendirse nunca.
El penúltimo consejo que quería ofrecerles es: Mantengan un saludableescepticismo, pero rechacen el cinismo. El escepticismo implicapreguntar, cuestionar, dudar, no ser un ingenuo, pero estar siempre abierto a los demás, a las nuevas ideas, a las evidencias másrecientes, a los últimos puntos de vista planteados. El cinismo, encambio, implica creer que uno ya tiene todas las respuestas, cuandomuchas de ellas, en realidad, probablemente estén preñadas de prejuicios. El escéptico dice: "No creo que eso sea cierto; déjamechequearlo." El cínico, en cambio, afirma: "Eso no puede ser cierto.Yo lo sé."
Y mi último consejo es: Descubran maneras de recargar el entusiasmo por lo que hacen. La palabra entusiasmo tiene origen griego.Probablemente a un monoteísta –judío, cristiano o mahometano– lehubiera parecido blasfemo inventar una palabra así. Para los griegosque eran politeístas fue más fácil, porque la palabra significa "tener un dios dentro de sí". La mayoría de los niños lo tienen, y con laedad uno muchas veces lo pierde. Busquen maneras de alimentarlo y recargarlo continuamente.
Mark Twain decía que uno debería trabajar como si no necesitara el dinero. Ello se logra enamorándose del trabajo que uno realiza o,mejor aún, buscando un trabajo del cual se pueda uno realmenteenamorar, uno en el cual sientan que no sólo logran sus objetivospersonales, sino que contribuyen, también, con esta sociedad en la cual ustedes son, no lo olviden nunca, unos privilegiados. Pocas cosashay mejores que ir con ganas a trabajar los lunes en la mañana porquehace algún sentido lo que uno hace.Formar buenos profesionales en administración, contabilidad y economía no constituye la aspiración central de la Universidad del Pacífico;también aspiramos a que nuestros egresados asuman un liderazgo y seconviertan en agentes de un cambio que potencie el progreso de nuestro país.
Winston Churchill tenía una definición del liderazgo muy consecuentecon todo lo que les he venido diciendo esta noche: liderazgo –decía–constituye el arte de avanzar, de fracaso en fracaso, sin perder el entusiasmo.
Así que esas son mis recetas centrales para la vida que hoy empiezan;tal vez algún día podré escribir un libro explicándolas mejor:deténganse, de vez en cuando, a oler las flores; vean menos televisión y lean más libros; no acepten aquellos signos de estatus cuyo valor no reconozcan; recuerden que siempre habrá una verdad mejor a la quetengan; aprendan de sus fracasos; mantengan un saludable escepticismo,pero rechacen el cinismo; y descubran maneras de recargar elentusiasmo por lo que hacen.
Aquí concluyo. Felicitaciones a todos y buena suerte. Ahora, conentusiasmo, pueden partir."
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